Si algo no soporto de la ficción televisiva nacional es su poco dominio del "tempo".
Las causas son muchas: la manía por alargar los chistes, la poca pericia de los programadores a la hora de colocar las (necesarias) pausas publicitarias, la duración de éstas, la costumbre local de irse tarde a dormir y el consiguiente alargamiento del "prime time"...
El resultado es desalentador. Series largas y repetitivas. Y lo que es peor: sin ritmo.
El problema es extensible (y todavía más doloroso) a la emisión en España de series extranjeras. Se nota cuando iba originalmente una pausa, hay un clímax y un fundido en negro. Aquí eso no se respeta, la serie continúa y a los cinco minutos hay una pausa. Parece una tontería pero este desfase entre la concepción original de la obra y las decisiones de sus programadores repercute muy negativamente en su visonado.
Y ahí radica otro de los grandes problemas nacionales: el poco respeto hacia el creador y hacia el espectador. Un mal endémico de un país de intermediarios.
Además las series americanas tienen dos formatos básicos: 20 minutos y 40 minutos (con publicidad, media hora y una hora). Eso no sirve para un "prime time" de dos horas. Se programan dos episodios seguidos, se repiten episodios viejos o se invierte el orden (esta aún caliente el caso de CSI Las Vegas). En el actual marco de ficción, donde los creadores han optado por finales abiertos y personajes y tramas que evolucionan... la forma de programación hispana es muy perjudicial.
Y sin embargo las series españolas siguen girando alrededor de episodios autoconclusivos. Cuando con su 1'30 h no lo necesitan. Pero hay miedo a crear algo medianamente original (el caso de Fago es sangrante: era difícil rodar una historia tan buena de peor manera)
"¡Atención! ¡Voy a salir! ¡Cómo alguien se atreva a disparar, no sólo le mataré a él, sino que mataré también a su mujer, mataré a todos sus amigos y quemaré su casa!"
William Manny
Lo que hace grande esa frase escrita por David Webb Peoples es su coherencia.
Las películas de Leone eran todo artificio y lo importante no era lo que contaban sino el cómo. Allí, el guión se doblaba a la lógica con tal de encontar una frase brillante o una escena memorable.
Clint Easwood (o mejor dicho, su guionista) opta por un camino distinto: el del clasicismo.
Sin Perdón trata del bagaje que llevamos a nuestras espaldas y del legado que dejaremos tras nosotros.
Y si esa frase es buena no sólo lo es porque sea una macarrada genial sino porque es consecuente con el mensaje del resto de la película. El asesino no sólo te amenaza con acabara con tu vida sino con borrar todo el rasto que has dejado sobre la tierra.
Es el hecho de que quemen nuestra casa lo que nos aterroriza.
Título recurrente para el mundillo freak y gafapata hispano.
Genial la parte final (la invasión del pueblo, por ejemplo) y las elecciones con todos los cargos en disputa (alcalde, guardia civil, puta, cotilla, borracho, etc.)
Un timador con un nombre parecido al de un veterano político se entera de que éste ha muerto. Decide suplantarlo y gana unas elecciones que lo llevan al Capitolio.
Película que cierra la mejor época de Eddie Murphy, antes de dedicarse sin fortuna al cine familiar más descafeinado. Tuvo pésimas críticas pero a mi me encanta porque me interesa el curioso sistema político americano (y la película lo retrata muy bien) y porque tiene unos cuantos gags memorables.
Pepe Isbert y Manolo Morán en uno de los dicursos más geniales de la historia del cine. No dicen nada que no supieramos. Pero lo hacen de tal manera que podrías escucharlos durante horas.
Berlanga se ríe de la oratoria vacía de la época.
En el fondo es un discurso pesimista: digan lo que nos digan, siempre que lo hagan desde un balcón termianremos aplaudiendo y vistiéndonos de andaluces.
Buñuel hacía comedia. No hizo nunca otra cosa. Aunque viéndo sus películas te rías poco, al final siempre descubres que era todo una broma. Una broma pesada.
Buñuel se debió reir cuando le censuraron esta película. Le habían aprobado el guión, pero tras su paso triunfal por Cannes se decidió no estrenarla por blasfema. La parodial (genial) de la última cena, por ejemplo.
Pero hay mucho más. Viridiana es en sí una parodia política. Inteligente y mordaz.
Tras años alejado de España, Buñuel regresó para reirse del Régimen. Viridiana acoje a unos mendigos que acaban sublevándose y causando el caos.
Como buen aragonés Buñuel era un hombre de orden (cosa que no le impedía ser también comunista porque no son términos contradictorios) que despreciaba el Anarquismo (los vagabundos), pero sabía que la piedad cristiana no era la solución. Que era poner parches a un mar de injusticias seculares.
Viridiana es una parodia del paternalismo católico (el franquismo, o sea). Y eso los censores no lo vieron.
Me gustan más otras películas suyas (Nazarín o El ángel exterminador, por ejemplo), pero Viridiana sigue siendo ejemplar como broma. Una carcajada espantosa.
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Richard Burton, viajero y a aventurero inglés del siglo XIX, muere en Trieste a finales del siglo. Es viejo y está cansado.
Poco después, y tras una visión traumática de lo que parece un gran contenedor de cuerpos humanos, despierta junto a un río. Tras él unas montañas inexpugnables, y junto a él cientos de cuerpos dispersos, desnudos... que comienzan a alazarse. Toda la humanidad recreada en un enorme planeta surcado por un río que nace y muere en el polo norte. Todos tienen 25 años.
Si tenemos en cuenta que Burton no pudo llegar a las fuentes del Nilo (su gran objetivo y por lo que es recordado) el nuevo mundo le ofrece la posibilidad de redimirse... la humanidad entera puede redimirse.