22 mayo 2006

Italo Calvino, reconstruyendo al hombre

Intentar construir una imagen literaria clara de Italo Calvino es una tarea poco menos que imposible. Lo es ahora y lo fue en el pasado, pues el gran novelista y pensador italiano nunca se afincó en un género, ni siquiera en un estilo (palabra tan de moda hoy en día) que hiciera propio e intrasferible. Lo fácil sería definirlo como un Borges a la europea (y ya Borges era muy europeo), pero eso nos obligaría a omitir una de las obras magnas de Calvino: la metódica y brillante recopilación de fábulas clásicas italianas.



Hay una infinta distancia entre el estilo rebuscado, la complejidad estructural y la profundidad filosófica de sus obras de ciencia ficción ("Ti con zero") y la sencillez maravillosa de esa auténtica obra maestra para niños que es "Marcovaldo". Calvino nunca dejó de ser el mismo, a pesar de abandonar el Partido Comunista, a pesar de sus inquietudes, fue él, y sólo él, quien eligió su camino. Y eso lo hace aún más admirable: me pueden gustar sus obras de forma individual (unas más que otras), pero su carrera, su devenir, es de una lógica aplastante. Calvino escribió pegado a la realidad, de una forma coherente con la sociedad en la que estaba inmerso. Cada obra suya daba una respuesta a los titulares de los periódicos, en cada momento, en cada lugar.

En los años 50' el hombre estaba perdido, sin rumbo. La guerra, el Holocausto, la amenza nuclear. Entonces Calvino se propuso reconstruir al hombre, y lo hizo regesando a los orígenes, a "nuestros antepasados", a la fábula. Es el Calvino que más me gusta. Entrañable, didáctico, claro. Muchos (sobretodo sus compañeros comunistas) no lo entendieron, pero, vista desde la actualidad, la trilogía que el escritor parió en esa época se nos aparece como un canto a la transcendencia, como una última muestra de Humanismo (palabra sepultada hoy en día bajo toneladas de cultura pop).

El vizconde demediado, El barón rampante, y El caballero inexistente nos transladan a un pasado mítico, alegoría (cristalina) del hombre y la sociedad actual (de los años 50/60', o sea). La primera trata de un hombre partido en dos (no nos olvidemos de que es un cuento, una fantasía), una mitad buena y otra malvada, que vive en un mundo partido en dos (en sus tierras hay una comunidad de grises puritanos y un pueblo de alegres leprosos). Aceptar el mal que hay en nosotros es el camino hacia la realización personal, hacia el amor, no exitiría la luz sin oscuridad.

El caballero inexistente habla de ideales. El hombre no existe sin ideales, pero los ideales pueden existir sin el hombre (flotando en el aire, libres). La realidad los destruye y lo único que permanece es el amor, que no es poco. En la novela todos persiguen a todos, un viaje continuo, una búsqueda permanente. De nada sirve el hombre sin transcendencia.

Y finalmente El barón rampante. El valor de ser uno mismo, la angustia. Subirse a los árboles, abandonar la sociedad sin abandonarla. El protagonista decide seguir una camino diferente, y aún así se convierte en héroe, ama y es amado, se cartea con los grandes pensadores de la Ilustración,... Elegir un camino diferente no significa ser diferente. El barón protagonista, al igual que Calvino, sigue su propia senda. Subirse a los árboles es una metáfora, una hermosa metáfora del disidente que resulta ser el mejor de los hombres.